¿Los hijos aprenden más con premios o
con castigos?

“Me
invade un auténtico pavor a medida que se acerca su hora de dormir: ‘Aquí vamos
de nuevo’”.
Eso
dijo un papá en en el centro minful para terapia familiar para describir el
espectáculo que montaba su hijo antes de irse a la cama. El niño enloquecía más
y más conforme se acercaba su hora de dormir, ignoraba con necedad las
instrucciones de sus padres y hacía una enorme rabieta con tan solo escuchar la
palabra piyama. Los padres se sentían frustrados y desorientados.
La
pregunta que nos hicieron es una que escuchamos muy a menudo: ¿debían ser
severos y prohibirle ver sus dispositivos electrónicos cuando se comportaba así
(castigos)? ¿O idear un sistema con calcomanías y premios para persuadirlo a
comportarse bien (recompensas)?
Muchos
padres crecieron con castigos y es comprensible que se valgan de ellos. Sin
embargo, los castigos tienden a intensificar el conflicto y bloquear el
aprendizaje. Provocan una reacción de lucha o huida, lo que significa que el
pensamiento sofisticado del lóbulo frontal se nubla y se activan los mecanismos
básicos de defensa. Los castigos nos llevan a rebelarnos, avergonzarnos o
enojarnos, a reprimir nuestros sentimientos o idear cómo evitar que nos
descubran. En este caso, la resistencia absoluta de quien tiene 4 años llegaría
a su punto máximo.
Entonces
las recompensas son la opción más positiva, ¿cierto?
No
tan rápido. Las recompensas son más bien las gemelas engañosas de los castigos.
Son atractivas para las familias (y es comprensible) porque pueden mantener a
un niño bajo control temporalmente, pero el efecto puede desvanecerse o incluso
ser contraproducente: “¿Cuánto me vas a dar?”, le dijo su hija a una clienta,
según nos contó, cuando le pidió que ordenara su cuarto.
Las
recompensas son más bien las gemelas engañosas de los castigos.
Los
psicólogos han sugerido durante décadas que las recompensas pueden reducir
nuestra motivación y gozo naturales. Por ejemplo, los niños a los que les gusta
dibujar y, bajo condiciones experimentales, reciben una paga por hacerlo,
dibujan menos que los que no reciben nada. Los niños a quienes premian por
compartir lo hacen menos, etcétera. Esto es lo que los psicólogos denominan
como “efecto de justificación excesiva”: la recompensa externa eclipsa la motivación
interna del niño.
Las
recompensas también han sido relacionadas con la disminución de la creatividad.
En una serie clásica de estudios, se le dio a la gente un conjunto de
materiales (una caja de tachuelas, una vela y un paquete de cerillos) y se le pidió
que encontrara la manera de adherir la vela al muro. La solución requiere de un
enfoque innovador, es decir, ver los materiales de una manera que no se
relacione con sus propósitos (la caja utilizada como un portavelas). Las
personas a las que se les dijo que recibirían una recompensa por resolver este
dilema tardaron más en hacerlo, en promedio. Las recompensas limitan nuestro
campo de visión. Nuestros cerebros dejan de cavilar con libertad. Dejamos de
pensar profundamente y no vemos las posibilidades.
La
idea general de los castigos y las recompensas está basada en suposiciones
negativas acerca de los niños; que debemos controlarlos y moldearlos y que no
tienen buenas intenciones. No obstante, podemos darle la vuelta a esa forma de
pensar y ver a los niños como capaces y programados para ser empáticos,
cooperar, trabajar en equipo y esforzarse. Esa perspectiva cambia, de manera
poderosa, nuestra manera de hablar con los niños.
Las
recompensas y los castigos son condicionales, pero el amor y la opinión
positiva sobre nuestros hijos no deberían serlo. De hecho, cuando somos
empáticos y realmente escuchamos a nuestros hijos, es más probable que ellos
nos escuchen. Aquí compartimos nuestras sugerencias para cambiar la
conversación y la conducta.
Buscar
el trasfondo
Los
niños no golpean a sus hermanos, ignoran a sus padres ni hacen berrinches en el
supermercado solo porque sí. Cuando nos enfocamos en lo que realmente está
sucediendo, nuestra ayuda es más significativa y duradera. Incluso solo
intentar ver lo que hay en el fondo hace que los niños bajen un poco la
guardia, estén más abiertos a escuchar límites y reglas y sean más creativos
para resolver los problemas.
En
lugar de decir: ¡Pórtate bien con tu amigo y comparte, o no podrás ver tele ni
usar tu tableta más tarde!
Puedes
decir: Hmm, todavía estás pensando si compartir tu nuevo juego para armar. Lo
entiendo. Es difícil compartir al principio y te sientes un poco enojado. ¿Se
te ocurre un plan para que puedan jugar con él juntos? Dime si necesitas ayuda.
El
llanto, la resistencia y la agresión física podrían ser solo la punta del
iceberg. Bajo la superficie puede haber hambre, falta de sueño, exceso de
estímulos, sentimientos fuertes, cambios por una habilidad en desarrollo o la
experiencia de un nuevo ambiente. Si piensas de esta forma, te conviertes en un
compañero que lo guía, en vez de un adversario que lo controla.
Motivar
en lugar de premiar
La
motivación es muy buena, cuando tiene el mensaje subyacente de: “Confío en ti y
de verdad creo que quieres cooperar y ayudar. Somos un equipo”. La diferencia
entre esto y ofrecer recompensas cual carnadas es sutil pero muy poderosa.
En
lugar de decir: Si limpias tu cuarto, podemos ir al parque. Así que más vale
que lo hagas, o no hay parque.
Puedes
decir: Cuando tu cuarto quede limpio, iremos al parque. Tengo muchas ganas de
ir. Avísame si necesitas ayuda.
Ayudar
en lugar de castigar
El
concepto del castigo conlleva un mensaje de: “Necesito hacerte sufrir por lo
que hiciste”. Muchos padres en realidad no quieren comunicar eso, pero tampoco
quieren parecer permisivos. La buena noticia es que puedes mantener los límites
y guiar a los niños sin castigarlos.
En
lugar de decir: No te estás portando bien en la resbaladilla, entonces ya no
vas a jugar. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?
Puedes
decir: ¡Estás algo inquieto, ya me di cuenta! Te voy a bajar de esta
resbaladilla porque no es seguro jugar así. Vamos a otro lugar para calmarnos.
En
lugar de decir: Fuiste grosero conmigo y dijiste groserías. Eso es inaceptable.
Te voy a quitar el teléfono.
Puedes
decir: Vaya, estás muy molesto, lo puedo notar en tu voz. Para mí no está bien
que uses esas palabras. Vamos a guardar tu teléfono por ahora para que puedas
tener algo de espacio en tu mente para pensar. Cuando estés listo, platícame un
poco más sobre lo que te molesta. Juntos veremos qué podemos hacer.
Despierta
su interés por trabajar
Los
humanos no son perezosos por naturaleza (no es un rasgo adaptativo) y los
niños, en particular, no lo son. Nos gusta trabajar arduamente si nos sentimos
parte de un equipo. Los niños pequeños quieren ser miembros competentes de la
familia y les gusta ayudar si saben que su contribución es importante y no puro
teatro. Deja que te ayuden de una forma real desde sus primeros años, en vez de
asumir que necesitan algún otro tipo de distracción mientras tú haces todo.
Organiza
una junta familiar para pensar en todas las tareas diarias que la familia
necesita realizar. Pídele ideas a cada miembro de la familia. Haz una tabla
para los niños (o deja que ellos la hagan) con un espacio para marcar cuando se
hayan realizado las tareas.
En
el caso del niño reacio a dormir, cuando los padres vieron lo que había detrás,
lograron un gran avance. Resultó que su hijo estaba exhausto, así que
prescindieron de algunas de sus actividades y se aseguraron de reservar un
tiempo para que se relajara en las tardes. Cuando empezaba a alterarse, su mamá
lo envolvía en su toalla de baño y le decía que era su burrito favorito. Ella
admitió que para él era difícil cuando ella tenía que trabajar hasta tarde:
“Tal vez te sientes triste porque no he estado contigo a la hora que tienes que
irte a la cama en las últimas semanas. Yo sí me he sentido triste. Oye, ¿qué
tal si leemos tu libro favorito esta noche?”. Hicieron una tabla para enlistar
cada paso de su rutina y le pidieron su opinión. Con el tiempo, dejó de
resistirse y el ambiente a la hora de irse a dormir pasó del pavor a una
conexión y un goce verdaderos.
Sin
importar lo irracional o difícil que parezca un momento, podemos responder de
maneras que expresen: “Te veo. Estoy aquí para entenderte y ayudarte. Estoy de
tu lado. Vamos a encontrar una solución juntos”
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