viernes, 12 de julio de 2019

Las heridas emocionales de la infancia y sus consecuencias


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Las heridas emocionales de la infancia y sus consecuencias




Antes de convertirnos en adultos, todos hemos sido niños, todos hemos estado condicionados, de una manera u otra, por el entorno familiar en el que crecimos. El adulto en el que nos hemos convertido es el resultado de experiencias vividas desde una edad temprana. Sobre todo, los traumas y heridas del pasado tienen una enorme influencia en nuestra vida actual.

Heridas emocionales en la infancia
La personalidad de un adulto a menudo está determinada por una lesión emocional o una experiencia dolorosa de la infancia. A continuación, conoce los cinco tipos de heridas infantiles que condicionan nuestra vida como adultos:

1. Miedo al abandono
Un niño que ha sido abandonado cuando crece, a menudo experimenta un gran miedo a la soledad en la edad adulta. Sobre todo, sus relaciones estarán condicionadas por el temor de poder volver a experimentar el abandono, por el temor de ser dejado por la pareja. Lo cual lo puede llevar a experimentar relaciones de pareja dependientes.

Podrían desarrollar un escape de una relación o evitar relaciones íntimas como mecanismos de defensa para evitar lidiar con el ser abandonado. El miedo al abandono está tan profundamente arraigado como para condicionar su comportamiento relacional en forma de celos intensos y “caprichos”. Hasta que no se aborde la idea de quedarse solo, se asustará ante la mera percepción de ser abandonado o traicionado.

2. El miedo al rechazo
Cuando un niño se siente rechazado por sus padres al no sentirse querido, sentir que no le prestan atención en el hogar por sus compromisos escolares o, debido a la marginación y al acoso escolar, se crea una herida profunda que hace que esa persona se considere indigno de cariño.

Es un adulto que desarrolla la convicción de que no es digno de ser amado, que acepta una experiencia de soledad, de un vacío interior que lo lleva a aislarse. Un niño que ha experimentado el rechazo se convierte en un adulto tímido, autónomo y esquivo.

3. Humillación
Cuando un niño se siente tratado como un inútil por sus padres. Las críticas y las devaluaciones amenazan el desarrollo de una autoestima sana e integrada. Es un niño que ha sido persuadido, con crítica y desaprobación, a creer que no vale nada.

En la edad adulta se encontrará a sí mismo como una persona insegura, luchando por asumir la responsabilidad y tomar decisiones. Continuamente necesitará el apoyo y la seguridad de los demás, ya que habrá desarrollado un estilo de personalidad dependiente.

Puede que no solo haya internalizado un fuerte componente crítico hacia sí mismo, en lugar de animarse a sí mismo y creer en su propio potencial, sino también probablemente la tendencia a criticar, humillar a otros o percibir a otros como jueces.

4. Traición o temor a confiar
Los padres a menudo tienden a prometer ciertas cosas a sus hijos. Cuando estas promesas no se cumplen, el niño se siente traicionado e indigno de lo prometido. Estos sentimientos negativos llevan a desarrollar una personalidad manipuladora, con un carácter fuerte, que quiere tener y controlar todo.

Las personas que han tenido tales problemas durante la infancia carecen de tolerancia, paciencia y buenos modales. Deben trabajar en la capacidad de tolerar la frustración y aprender a delegar responsabilidades.

5. Injusticia
Cuando un niño ha crecido con padres autoritarios, fríos y exigentes. Este es un niño en el que se han proyectado fuertes expectativas y en el que los padres han ejercido una gran presión en términos de los altos estándares que deben alcanzarse en el entorno escolar y deportivo.

Se le ha pedido a un niño que vaya más allá de los límites de lo que podría hacer en comparación con su edad y, por lo tanto, se sienta abrumado por los sentimientos de impotencia e inutilidad. Este sentimiento surge durante la infancia y persiste hasta la edad adulta.

Las personas que han sufrido este tipo de presión adulta se caracterizan por cierta rigidez mental, perfeccionismo y sed de poder. Para superar esta herida es necesario que como adultos trabajen en su rigidez, para recuperar la flexibilidad mental, y puedan aprender a confiar de los demás.

Conocer estas cinco heridas de la infancia hace posible completar el proceso de desarrollo de la personalidad, para que nos podamos volver más adaptables a las circunstancias de la vida y más saludables emocionalmente.

viernes, 5 de julio de 2019

EL MALTRATO INFANTIL MODIFICA LA ARQUITECTURA DE LA RED CORTICAL Y PUEDE AUMENTAR EL RIESGO DE CONSUMO DE DROGAS

EL MALTRATO INFANTIL MODIFICA LA ARQUITECTURA DE LA RED CORTICAL Y PUEDE AUMENTAR EL RIESGO DE CONSUMO DE DROGAS

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El maltrato infantil altera el desarrollo del cerebro del niño en formas que pueden aumentar su riesgo de consumir drogas y sufrir otros trastornos mentales en la edad adulta. En un estudio patrocinado por el NIDA, los investigadores descubrieron que los adultos jóvenes que habían sido maltratados en la niñez presentaban diferencias en nueve regiones corticales en comparación con quienes no habían sufrido maltrato. Las diferencias podrían comprometer las aptitudes socio-perceptuales básicas del grupo con antecedentes de maltrato, su capacidad de mantener un equilibrio saludable entre la introversión y la extroversión y la habilidad de autorregular sus emociones y conductas.

El Dr. Martin Teicher y sus colegas de McLean Hospital, Harvard Medical School y Northeastern University obtuvieron imágenes por resonancia magnética (MRI) de 265 adultos de entre 18 y 25 años. Basándose en las respuestas de los jóvenes a una serie de instrumentos de sondeo, entre ellos la entrevista de antecedentes traumáticos TAI (Traumatic Antecedents Interview) y el cuestionario de trauma en la infancia CTQ  (Childhood Trauma Questionnaire), los investigadores determinaron que 123 de ellos habían sufrido negligencia o abuso físico, emocional o sexual durante la infancia.

Los investigadores compararon las imágenes de resonancia magnética de los participantes maltratados con las de los 142 participantes que no habían sufrido maltrato. El análisis mostró que el maltrato estaba vinculado con alteraciones en la arquitectura de la red cortical que se evidenciaban en marcadas diferencias en la centralidad de nueve regiones cerebrales y en el conjunto de regiones que formaban el "club de ricos" de la red; la centralidad incluye una serie de medidas que indican la importancia relativa de una región cortical dentro de la red. El grado de centralidad es el número de conexiones directas que un nodo tiene con otros nodos. La intermediación refleja el número de veces que un nodo actúa como puente a lo largo del camino más corto entre otros dos nodos. La centralidad de vector propio es una medida más compleja de la importancia del nodo, similar al algoritmo de jerarquía de páginas que emplea Google. Las regiones con mayor centralidad ejercen más influencia en la comunicación dentro de la red que las regiones con menor centralidad; los “clubes de ricos” son núcleos neurales que conectan entre sí regiones corticales sumamente centralizadas (es decir, bien conectadas). Los clubes de ricos actúan como la columna vertebral de comunicación de la red.
Las regiones afectadas

Los cambios más grandes en conectividad vinculados con el maltrato se observaron en dos regiones que funcionan en forma conjunta para mediar en la percepción y la regulación de las emociones y los impulsos (ver la imagen). La ínsula anterior derecha, que participa en la integración y coordinación de la percatación subjetiva de necesidades urgentes y sentimientos internos—como los deseos o antojos—, apareció como una región centralizada y miembro del club de ricos en los participantes que habían sufrido maltrato pero no en el grupo de control. El cíngulo anterior izquierdo, que participa en la regulación de emociones e impulsos, fue una región altamente centralizada y miembro del club de ricos en el grupo de control pero no en quienes tenían antecedentes de maltrato.



Imagen. El maltrato infantil modifica la arquitectura de la red cortical En adultos jóvenes que habían sufrido maltrato durante la infancia, el cíngulo anterior izquierdo, una región del cerebro que participa en la regulación de emociones e impulsos (señalado con un círculo verde en las dos imágenes superiores), estaba conectado con menos regiones que en el caso de los adultos jóvenes que no habían sido maltratados. Los antecedentes de maltrato infantil estuvieron vinculados con mayor conectividad de la ínsula anterior derecha (círculos verdes, imágenes del centro) y el precúneo derecho (círculos verdes, imágenes inferiores), regiones del cerebro que participan en la percepción subjetiva de emociones y el pensamiento egocéntrico, respectivamente. Los círculos violetas son áreas con conexiones directas y los círculos azules son áreas con conexiones indirectas a las regiones índice.

"El aumento de centralidad de la ínsula anterior puede causar deseos más intensos de consumir drogas, lo que se suma a una menor comprensión de las consecuencias del consumo. La disminución de la centralidad del cíngulo anterior puede reducir la capacidad de controlar impulsos o tomar decisiones apropiadas basándose en resultados anteriores", dice el Dr. Teicher. "Esto indica que la conectividad cortical alterada en las personas que han sufrido maltrato puede aumentar marcadamente su riesgo de adicción si comienzan a consumir drogas".

Los investigadores también observaron que el precúneo derecho, una región asociada con el pensamiento egocéntrico, tenía alta centralidad y formaba parte del club de ricos en los participantes que habían sufrido maltrato, pero no en el grupo de control. En contraste, la circunvolución frontal media, que participa en la memoria funcional, la atención y el autoconocimiento presentó una disminución de centralidad entre los participantes maltratados. Esta región tampoco formaba parte de un club de ricos en dichos participantes, pero sí en el grupo de control. Quienes habían sufrido maltrato también mostraron menor centralidad, en comparación con quienes no lo habían sufrido, en: el lóbulo temporal, que es responsable de la atribución de pensamientos, intenciones o creencias a otros; el lóbulo occipital, que es responsable del procesamiento visual y la percepción consciente; la circunvolución parietal superior, que es responsable de la memoria funcional; la cisura y circunvolución precentral, que es responsable de la coordinación motriz y las percepciones sensoriales.
Los investigadores evaluaron la centralidad y determinaron la membresía en clubes de ricos midiendo el espesor de 112 áreas corticales con imágenes de resonancia magnética. Luego, calcularon el grado en el que las medidas del espesor entre las distintas regiones se correlacionaban entre las personas que habían sufrido maltrato y las del grupo de control. Las regiones que tienen una sólida correlación en su espesor están conectadas directamente por medio de conductos de fibras o están asociadas funcionalmente. Los investigadores utilizaron la teoría de gráficos para calcular las medidas de centralidad y membresía en clubes de ricos a partir de las correlaciones interregionales.

Las conclusiones del estudio sugieren que el maltrato infantil es un factor estresante grave que altera las trayectorias del desarrollo cerebral. Las regiones que participan en el monitoreo de la percepción o conciencia interna de las emociones se convierten en núcleos de actividad sumamente conectados y por lo tanto pueden ejercer mayor influencia en el comportamiento de una persona. Al mismo tiempo, las regiones que controlan los impulsos pierden conexiones y quedan relegadas a una labor menos central dentro de la red. Estos cambios pueden sentar las bases para que haya un mayor riesgo de consumo de drogas y otros trastornos de salud mental a lo largo de la vida.
Este estudio se realizó con el apoyo de los subsidios DA016934 y DA017846 de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH).
Fuente:
Teicher, M.H.; Anderson, C.M.; Ohashi, K. et al. Childhood maltreatment: altered network centrality of cingulate, precuneus, temporal pole and insula. Biological Psychiatry. 76(4):297-305, 2014.






















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